jueves, 17 de septiembre de 2009

Señor Salvador

¿Qué fue del señor Salvador? ¿Alguno de vosotros lo sabe?
Sí, aquél señor que venía al colegio, con su chándal azul, y nos enseñaba a jugar al fútbol. ¿Os acordáis ya? El de la Barba, que siempre llevaba un balón de futbito y un silbato. El señor que empezó a venir en las clases de gimnasia, que se llevaba a todos los chicos al campo de futbito, mientras que las chicas se quedaban con la seño en el otro campo. No se podía elegir. Si eras chico, futbito, si eras chica, al otro campo. Nunca supimos qué hacían las chicas a la hora de gimnasia. Supongo que ballet, o costura.
Siempre comenzaba las clases de gimnasia haciéndonos calentar. Y decía que nos evitaría lesiones. Nosotros no sabíamos lo que era una lesión por aquél entonces.
Cuando decía que íbamos a jugar un partido, le rodeábamos pidiendo que nos eligiera, y el hombre tenía que correr hacia atrás para que no lo arrolláramos. Los que señalaba jugaban el primer partido. Los otros esperaban en la banda a jugar un segundo partido que siempre se producía demasiado tarde, y se acababa la hora de gimnasia nada más empezar. Siempre éramos los mismos los del segundo partido.
Ahora de mayores, os pregunto: ¿Don Salvador cobraba o lo hacía por amor al arte? A veces, me acuerdo, venía otro padre y se quedaba en la banda, arengándonos. Si el balón salía cerca de él, lo controlaba demanera vistosa, como para demostrarnos algo. O para demostrarse algo a sí mismo.
Os hablo del señor Salvador quién, finalmente, decidió hacer una liga de futbito entre los distintos cursos. Que en mi clase formó un equipo muy bueno con los figuras y otro con el resto. Y nunca los intercambió. Sí, el señor que nos enseñó a mover el balón al primer toque, pero que no enseñó al equipo fuerte a perder, ni al equipo débil a ganar. Y si alguna vez, por un azar del destino, el equipo débil empataba o ganaba al otro, los buenos se inventaban reglas, o aludían a un presunto gol de última hora para mantenerse invictos. Era inaguantable la clase de plástica posterior al partido, con el equipo que había perdido por una vez en su vida deleitándose por la amañada victoria de ésa tarde. No se podía replicar, por que te jugabas un currito. No comprendíamos cómo se podía llamar señor Salvador, si nunca nos salvaba de nada. No sabíamos que Señor va siempre con el apellido, y él se reía y tocaba su silbato.
Jugaba con nosotros, y nos intentó inculcar conceptos como el juego de equipo, o la defensa, lo cual me parece una gran metodología para enseñar fútbol pero, sin quererlo, creó dos clases, dos castas. La de losfutboleros y la de los no futboleros. Había un nutrido grupo de gente, con otros talentos que no precisaban de dar patadas a un balón, que nunca fuet enido en cuenta. Ni por Salvador, ni por la profesora de educación física, ni por las chicas de clase, que tanto bordaban.
Si Don Salvador nos viera ahora. Muchos de los que no rascábamos bola por aquel entonces seguimos haciendo deporte. Muchos de los grandes futbolistas de la clase convirtieron sus vidas en un fin de semana continuo. Cómo me gustaría que Don Salvador volviera a dirigir un partido de aquellos entre los buenos y los maletas de la clase. Cómo me gustaría que nos volviéramos a medir. Aunque perdiéramos, hoy sería distinto.
Cómo me gustaría volver a jugar con aquellos abusones bastardos. Con el señor Salvador, con su silbato y su chándal azul, en el patio del colegio. Sin más preocupación que marcar en la portería contraria y evitar que marquen en la nuestra.

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