miércoles, 23 de julio de 2014

Los gemelos de la salsa de yogurt

Vuelvo a por un kebab. Uno de aquellos cuya digestión me hace sentirme anaconda.
Hoy no hay un chico que imita a Ángel Cristo, sino dos. Son iguales, visten, hablan y se mueven igual. Consternado, no sé a cuál de los dos hacerle la comanda. Se ríen un  rato de mí, en sus extraños códigos, hasta que uno de ellos me dice que está de visita, viendo a su hermano gemelo. Y, de paso, le ayuda a adulterar la salsa de yogurt. 
El Ángel Cristo original comienza a prepararme la comida mientras el Ángel Cristo visitante comienza a hablar de platos que se preparan en su pakistán natal, que el kebab es comida de turcos. Me dice que en su país hay lentejas de todos los colores, que los amaneceres son más bonitos. Añade que los nabos son mucho más grandes que aquí, mientras los escenifica con las manos: ¡así, así! Parece no saber que me causa risa todo el mundo, incluso si no me dan razones para ello. Le pregunto si ha probado el hinojo, pero solo le interesan lentejas y nabos. ¡Un archiduque de la comida! ¿Cómo puedo competir con semejante conversación? Así que callo.
El hermano sale del mostrador hacia la nevera. Al pasar por el flanco del mostrador, chocan y se tambalean. Ahora ya no sé cuál de los dos es el Ángel Cristo original y cuál su hermano de visita. Ahora hablan los dos de las recetas de la abuela. Y se ríen entre ellos. Mi camisa olerá a kebab durante semanas. Me llaman por teléfono y contesto. Ellos gritan todavía más.
Todos callamos cuando uno de ellos, no sé si el original, esquila la carne.

martes, 15 de julio de 2014

Queridos amigos de ultramar:
Aquí se dispara con palabras. A veces, salivajos.
Nunca con pólvora.

lunes, 14 de julio de 2014

El barrio más fuerte

De un tiempo a esta parte, el Barrio se ha ido llenando de gente musculosa. Y eso nos viene extrañando desde hace un tiempo al arquitecto y a mí. El otro día lo comentamos cuando íbamos de camino al bar.
Los vecinos siempre hemos sido gente de concepto. Provenientes del mundo del arte, las ciencias y la vida, incluso aquellos que no han estudiado, como Pascual, gustamos de quedar a charlar. Debido a los talleres públicos de teatro y las reuniones de los miércoles, donde asambleamos la actualidad, pensábamos que la juventud había salido también reflexiva.
Resulta que nuestro amigo el archiduque creyó imaginar en una de sus peregrinaciones por la Capital que allí la gente era más alta. O más guapa. O, tal vez, más fuerte que la que puebla nuestros querido Barrio. Y así, envuelto en una de sus epifanías monstruosas, comenzó a tirar de agenda hasta que, no sabemos a cambio de qué, consiguió que sus amigos ricachones de ultramar nos dotaran de un gimnasio gratuito.
Por ello, nuestras calles se han llenado de gente con bolsa de deporte. Los contenedores rebosan de residuos plásticos con restos de jugos ricos en proteínas, las carnicerías han triplicado sus ventas, y el peso medio per cápita de los vecinos ha aumentado.
Nadie ha utilizado el gimnasio para ponerse en forma y ganar velocidad, resistencia, elasticidad, etc. sino que todos se están musculando. No solo la juventud. Todos los que acuden al gimnasio por caridad, ancianos y señoras incluídos, lucen torsos hipertorfiados. Y esto, en ocasiones, es un problema serio. Porque ya no cabemos cinco personas dentro de la panadería, por ejemplo.
Ahora todos, con sus egos estúpidamente reforzados, gritan en lugar de hablar. Exigen las cosas con vehemencia, se creen en posesión de la verdad.
Por ahí viene el archiduque, saludando a unos jóvenes macarrillas que fuman porros en el parque. Lleva un metro de costurera con el que les mide los bíceps. 
¡Qué mala suerte tuvimos cuando se te adjudicó psicólogo, archiduque! ¡Qué mala suerte!

sábado, 12 de julio de 2014

La ignorancia es el colchón más suave


Esos a los que señalan con el dedo

Esos que señalan con el dedo
por no tener rodillas,
por no soñar con objetos,
por no pensar a su velocidad,
porno.
De vez en cuando nos hablan
de sus vanalidades.
De sus historias.
En cuanto pasan de la tercera frase,
con pronombre personal
en primera persona del singular ,
empezamos a pensar
en nuestras cosas.
Somos ilusos,
que cortamos leña
solo por hacer deporte
y luego la devolvemos al río
antes de que se ahogue.
Llenamos las tardes
de ausencia de rigor,
de libros y de plátanos.
Aullamos a la luna,
a las flores,
al jamón.
Dejamos pasar a las ancianas
aunque luego en la recta
las tengamos que adelantar.
Llevamos así mucho tiempo,
incomprendidos, infravalorados.
Y ellos nos señalan
con sus dedos llenos de complejos.
Y ahora...
pregúntame si me importa.

viernes, 11 de julio de 2014

Devotos de la preocupación

El arquitecto anda bastante preocupado. No resulta ser él mismo. Ni en las reuniones de todo el barrio, ni en las terrazas de los bares deja de mostrarnos su semblante constantemente serio, mohíno. Ya llevo varias semanas preguntádole sin obtener respuesta. Hasta el pasado martes, que llegó un poco tarde a los quintos, y ya íbamos un poco cocidos. No hemos parado de hacerle bromas acerca del fin del mundo hasta que, entre lágrimas, nos ha espetado que no tenemos los suficientes conocimientos ciéntificos como para entender sus penas y, antes de que el archiduque declamara en defensa de su sabiduría, se ha levantado y se ha marchado a casa sollozando, con las manos en la panza. Hemos tenido que pagar sus cervezas.
Así, el pasado jueves ha venido al bar con su tablet. En ella, nos ha explicado de manera gráfica y didáctica que, desde un tiempo a esta parte, viene teniendo cierta aversión por los procesos internos que se llevan a cabo en su propio cuerpo. Nos ha enseñado fotos de muchas de las bacterias con las que formamos simbiosis, todas ellas asquerosas. Y nos ha descrito con todo lujo de detalles procesos que realizamos de manera automática e inconsciente. Nos ha erizado el vello de los brazos, nos ha producido retortijones. Pascual decía que tenía una comadreja urgando en su estómago. El archiduque se ha mantenido erguido todo el rato, con su aspecto impasible de estar por encima de todo. Pero ha ido siempre él a la barra a traer otra ronda, cosa del todo inédita.
Nos ha robado, pues, la inocencia nuestro amigo el arquitecto. Poniéndole cara a nuestras digestiones, nuestros resfriados y caries, ha conseguido iluminarnos de tal manera que todos hemos vuelto a casa entre picores y ciclopentanos.
Espero que, en unos días, nuestras estrelladas neuronas sean capaces de apartar estos recuerdos hacia la sinapsis más escondida de nuestras maltrechas memorias. Lo que no podrá evitarse a partir de ahora es de manera atávica, ver al arquitecto como un enemigo velado. Un ser despiadado y cruel que nos ha revelado toda esa serie de sucias verdades microscópicas. El malo de la película que nos ha contagiado el asco por nosotros mismos.