Mal que nos pesen las apariencias,
encima de un indebido respeto,
ya llevamos un tiempo oscilando
en medio del acantilado.
Mis auroras son geniales,
como mis quesos.
La trampa que generan los berridos
de los microcéfalos de mala muerte
no hace sino distorsionar
los siempre añorados delirios.
Y es en la sombra donde nos acurrucamos
a ver pasar la vida alrededor.
Donde nos sentimos protegidos
de las pandemias externas,
de los despertadores ajenos.
Donde recabamos la información de la vecina,
amarramos las calcetas,
prohibimos todo desglose.
¡Válgame, pues, la tinta que corre por mis arterias!
Aderéceme el reposo y la santidad.
Que nadie mueva un vaso
sin que todos estén servidos.
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