sábado, 23 de agosto de 2014

ANUNCIO IMPORTANTE

A todos los federados:
Los próximos siete quintos días alternos de principio de cada mes, nos vamos a reunir en las oficinas centrales de la Federación con la idea inicial de rendir culto  a la Sagrada Hoja de Baobab, prestada de manera desentendida y sin ánimo de lucro por la no menos apreciada Asociación de Llorones de San Francisco.
Os esperamos a todos.



- No esperamos que vengáis todos. No cabríamos.
- Aquellos que no vayáis a traer tarteras, pedimos que, por lo menos, no hagáis uso de la nevera comunitaria.
- Una vez comenzadas las ceremonias, prohibido hablar de fútbol.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Decidir entre realidad y patrañas

1.
Con el ritmo de inspiración
bajar las pulsaciones al mínimo,
dividir la prioridades
y abandonar todas aquellas
que no nos mantengan vivos.

Y sentir como, exhalando,
se escapa nuestra consciencia,
perdiendo la dichosa humanidad
y desancadenando el sistema límbico.

2.
Devenir como seres incorpóreos,
sintiendo la atmósfera
que no ya el tacto de la sábana,
contemplando la cáscara vacía
desde lo alto.

Contener todavía más el aire,
ignorar los tambores en las sienes,
eludiendo el reflejo de vida,
para adentrarse más aún en el subconsciente.
Llegando a abrazar
la misma placenta de la madre tierra,
del fresno, del barro, de la grandiosa mazorca,
y comprendiéndolo todo, o casi,
por un segundo.

3.
Tomar la decisión más dolorosa
de toda nuestra vida.
Reanudar la función respiratoria,
saliendo del coma autoinducido,
con la sensación de haber arriesgado
la vida por nada.


lunes, 11 de agosto de 2014

El corista

No me puedo quitar de encima la pegadiza canción de Jamona Rowlands. Voy tarareándola por ahí, mientras hago cosas que no requieren de todo mi cerebro, como fregar los platos o hacer la compra. Sobre todo, su pegadizo estribillo, que luego utiliza de tema y de cobertura en un par de cortes más, dándole a todo el disco una sensación de espiral que nos ha fascinado a sus seguidores. 
El caso es que, críticas musicales aparte, llevo ya un par de semanas con el soniquete y no me libro de él. Así, voy sobreviviendo, saltando las matas, a ritmo de Rowlands.
De esta manera, en la cola del supermercado, con la cesta llena, tampoco puedo dejar de escucharla y bailarla. Sé que es una de esas actitudes mías por las que la gente me señala con el dedo y me retira el saludo, pero me dejo llevar y concluyo de la manera más espectacular posible, abriendo los brazos con un paquete de arroz y una cerveza en cada mano y casi le doy un golpe al muchacho que aguarda detrás con un paquete de dulces y una soda.
Me disculpo y, al visionarlo tan desprovisto de carga y tan debilucho, le invito a adelantarme y pagar antes. Él, de manera tímida, casi siniestra, suelta un hilillo de voz desde detrás de su flequillito. Insisto, porque estas cosas son muy importantes para mí. Tímidamente, niega con la cabeza y el índice. Reinsisto, a lo que no contesta. Con lo que lo agarro de la chaqueta y lo empujo hasta la caja. Al moverlo, noto que está compuesto tan solo de huesos y maquillaje, por lo que me disculpo por no haber tenido un poco más de cuidado.
Sin mirar a la cajera, paga rápidamente, con un movimiento perfeccionado por la práctica. Y se va hacia la puerta. Yo deposito los productos en la cinta mágica. Y cuando los toca la cajera, valen su peso en oro.
Ya con las bolsas, salgo del establecimiento rumbo a casa. O al bar. Noto como una sombra que me sigue. Me giro y no veo a nadie, así que continúo caminando. Advierto que me chistan de manera tímida, como si no quisieran realmente que les oyera. Me giro de súbito y alcanzo a ver al muchacho del flequillito. Se acerca con suma precaución, como un animal salvaje que no ha visto nunca a un hombre pero tiene que comer de su mano. Estoy a punto de pegar un grito y coger una piedra y lanzársela. Pero espero porque parece que quiere decirme algo.
Se acerca a mi oreja y, con tono difícil de audiometría, me pregunta si estaba silbando la canción de Jamona Rowlands. Yo le sonrío y le digo que sí. Se queda parado unos segundos. Durante el tiempo que tarde en decirme que él es un gran fan, yo escribo en mi libreta todo lo que has leído hasta ahora.
Le digo que me alegro de tener una afición en común con él. Que la música no tiene edad, y que puede contar conmigo para lo que quiera. Para repasarle las mates, o para prepararle ejercicios para vencer su timidez. Él asiente de manera rítmica, con lo que casi me hipnotiza. Le doy un golpe en el hombro y me despido.
Continúo caminando hasta que, extrañado, me giro de nuevo y lo veo a unos metros. Se acerca con pasitos de geisha. Le indico que se me descongela la pizza, que lo que tenga que pasar, que pase rápido. Se acerca a mi oreja y me susurra que a él le gusta todavía más su corista, Thomas Schwartzman. Y se pone a comentarme, con toda firmeza, sus bondades. Su chorreo de palabras me lleva a dejar de escucharle y a tener ganas de abandonarlo allí mismo. Más, como me ha caído bien y se me ha descongelado la pizza, le invito a casa a comer. De camino, se va creciendo. Cada vez habla más alto y más fuerte. Y se me cruza en el camino cuando quiere recalcar alguna de las bondades de Schwartzman. Dejo la compra en el suelo y me abro una cerveza, para no despedirlo.
Llegamos a casa. Mientras ordeno mis viandas, saca una usb y la pone en mi portátil. Tiene toda la discografía de su héroe. Me la graba.
Me dice que se considera un purista. Que su trabajo con Jamona es el más conocido, pero que le ha hecho los coros a muchas figuras importantes de la canción. Desde los Download Turttles, hasta los Biomaníacos. Y que no suele salir en los créditos, por lo que se le ha hecho muy difícil seguirle la pista. El horno pita y voy a por la pizza.
Pasan las horas.
Llega el alba. La última canción concluye. Me despierto de golpe en el sofá. Le indico donde está la puerta.

lunes, 4 de agosto de 2014

El gran almuerzo universal

Nos han echado del gimnasio.
Esta mañana, al acabar la sesión, el director del gimnasio nos ha llamado a su oficina y, todavía sin duchar, nos ha dado la noticia. A partir de mañana, el archiduque y yo no seremos bien recibidos en sus instalaciones.
El archiduque, como es normal en él, no se lo ha tomado con mucha filosofía. Ha comenzado a hacer aspavientos caminando por el despachito. Yo le he preguntado cuál era la razón por la que nos despedía, recordándole que, al fin y al cabo, éramos clientes del lugar. Que no se puede tirar a gente que paga por ir a un sitio. Y más cuando no hemos hecho nada malo. 
Con un ojo en el archiduque y otro en un informe, me explica que no me ve sufrir, que no sudo la camiseta. Dice que voy allí de paseo y que doy mal ejemplo a los jóvenes. El sucio archiduque no deja de asentir durante toda la explicación para, cuando el director acaba conmigo, dar un puñetazo sobre la mesa que nos sobresalta. Y ¿qué pasa con él? ¿por qué se le somete a tal afrenta?
Parece ser que el archiduque habla mucho cuando se encuentra en el gimnasio. Y muy alto. Yo no paro de asentir cuando el director trata de explicar todo esto. Y molesta a los esforzados atletas, como hace en todos los lugares a los que va.
El archiduque no admite sus errores, se pone a enumerar todos los fallos del gimnasio, tanto a nivel organizativo, como estructural o humano. Que si las goteras de las tuberías, que si el entrenador de pilates huele mal, que si los líquenes de las duchas... Hasta que el director no aguanta la presión y rompe a llorar sobre el escritorio. Ciento veinte kilos de músculo derrumbados instantáneamente. 
Al punto, reacciono y les sugiero irnos los tres a almorzar. Recogemos los bártulos y nos metemos en el coche del entrenador. Las lágrimas ya se van secando. El hipo se le pasa, ya puede conducir. Menudo almuerzo nos vamos a pegar.
Y almorzamos. Y una cosa lleva a la otra. Se tienden puentes, se abren los receptores de sentimientos. ¡Qué perra vida ha tenido el pobre director! Y llegan los abrazos, y las promesas. Como estoy sentado hacia la puerta, veo a Pascual saludando en la barra y girándose haca nosotros. En los tres minutos que tardo en alzar el brazo para indicarle que se siente con nosotros, Pascual se acerca, nos mira las pupilas, y se va.
Y continúa el almuerzo, y la sinergia, y los planes. El mundo pasa a ser un poco menos abrupto, un poco más considerado.
A las seis de la tarde, el camarero nos ruega que abandonemos esa mesa, que van a venir los del dominó.

sábado, 2 de agosto de 2014

¿Qué importa que el vórtice
interdimensional de Osiris 15
vaya a eludir la colisión con nosotros?
¿Qué importa, realmente,
la energía que gastamos
formulando nuestras ideas en castellano
para que las entienda la mayoría simple?
¿Y qué mas da si el inminente encuentro
de las placas psicotectónicas
no vaya a acabar con vida humana?
Para todos los interesados,
la reunión de tuperware criogénico,
a realizar en mi casa,
se posterga una semana.