miércoles, 21 de octubre de 2015

El gran crownfunding (primera parte)

En una muestra sin igual de fe en el reciclaje, de aplicación de la idea de compartir, alguien ha dejado un montón de revistas de cotilleos en los buzones de la finca. Aficionado a las cosas gratis aunque no sean de interés, el arquitecto ha recogido muchas de ellas, llevándolas al bar donde le esperábamos. Así, el arquitecto, Pascual y yo, reunidos esa tarde sin dominó, hemos tenido de qué hablar.
A partir de ojear las preciadas revistas, entre cervezas y risas por lo bien que les quedaban los bigotes a los famosos, hemos descubierto una en la que aparece el archiduque. Es un ejemplar de hace unos diez años. En él, nuestro amigo posa en una casa solariega, inviándonos a husmear en su domicilio. A juzgar por su inmueble y por su todavía incipiente calvicie, eran buenos tiempos. 
Al ver que me quedaba parado en una sola página, Pascual me la ha quitado de un tirón de las manos. Como no me ha hecho gracia, he reaccionado como un niño pequeño intentado recuperarla, forcejeando con Pascual para dominar la revista. Tal ha sido la fuerza, que se ha roto de manera sagital.
Al partirse en dos mitades, hemos caído al suelo con nuestra parte en las manos con la suerte de quedar a la vista, semitroceada, una ficha técnica del propio archiduque. En ella, indicaba que su cumpleaños estaba muy próximo, cosa que ninguno de nosotros sabía o quería recordar.
¿Qué le podíamos regalar? ¿Qué le puede gustar más que nada al achiduque? ¿Cuál podría ser el regalo perfecto? Sin duda alguna, una de sus mayores y menos apreciadas manías es la de  ponerse constantemente por encima de los demás. Buscando siempre la diferencia a su favor, por mínima que sea, para alimentar su ego hambriento.
La pregunta era: ¿realmente queríamos hacerle feliz ese día? o mejor, ¿seríamos capaces de apechugar con todo lo que conlleva un archiduque subidito?
Nos ha llevado una caja de cervezas llegar a la conclusión de que la amistad está por encima de nuestras personalidades y de nuestros derechos civiles. Así que, entre abrazos, hemos decidido llevar a cabo el plan.
Hemos organizado un crownfunding. Todos los vecinos del barrio que han querido participar han aportado oro que tenían por casa. De las joyas de la abuela, de las chonis, e incluso algún anillo de compromiso roto. Lo hemos fundido en la caldera de la vieja fábrica de marmitas, cuya alarma sigue sonando todos los días a las siete de la mañana sin que nadie haya podido nunca desactivarla.
El oro ha sido derramado en un molde de cerámica con forma del regalo, una corona.

El día de su cumpleaños estábamos todos los contribuyentes al regalo. Casi se cae al suelo al sacar su corona de oro de la caja. Con aire solemne, se la ha puesto. Todo ha cambiado en él. Ya os contaré.

lunes, 5 de octubre de 2015

En mis uñas os dejo el alma

Cada idea,
cada cuento,
cada trazo,
cada mierda,
es una herida en el papel,
y en vuestra comodidad,
que algunos creen innecesaria.
Cada dolor es una estrofa,
cada risa
y cada uno de los gruñidos del alma,
callos auriculares desgastados
en el yunque
de la creación.
¡Tened cuidado, perros,
no os vaya a salpicar una esquirla!