martes, 15 de septiembre de 2009

El gran camión

Qué gracia nos hacía al principio el Gran Camión. Con su tara y su peso máximo autorizado por las nubes. Y cuánto nos gustaba reírnos de él y de su conductor. Pensábamos que era un trasto inútil, que su dueño lo guardaba como una pieza de colección, que no era rentable, que nunca lo llenaban del todo, etc.
El Gran Camión era, para muchos, una leyenda de la carretera. Nosotros solíamos verlo al partir de su hangar, en la parte Sur del barrio. Y siempre nos reíamos o le tirábamos piedras.
A veces lo adelantábamos en carretera. Y nos reíamos de él y de su lentitud. Y le lanzábamos tachuelas a las ruedas.
Pero cómo nos ayudaba el Gran Camión los días de niebla, y cuando el sol estaba en el horizonte. Él nos acogía bajo su protección y nos marcaba el camino, rompiendo el viento, hacia casa. Recibía impertérrito los golpes de los vehículos que perdían el control por el hielo. Él nos abría paso y nos dejaba en el centro comercial.
Nunca pudimos agradecerle lo suficiente al dueño del Gran Camión que siguiera conduciendo aquella reliquia del pasado, ni por la mano de obra barata que había introducido ilegalmente en el país, ni que nos invitara a cenar todos los jueves, después del partido de baloncesto.

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