Me asomo por la ventana y disfruto de los últimos tintes anaranjados de la puesta de sol.
Hace ya bastante tiempo que llevamos tranquilos.
Han pasado años desde las últimas desapariciones.
Ya hace mucho que no se vuelve el cielo gris verdoso y aparecen los platillos. Se cortaban la luz y las telecomunicaciones, y todos corríamos a escondernos debajo de nuestras camas.
Cuando éramos niños solía pasar muy a menudo. Ibas al colegio y dos o tres de tus compañeros ya no volvían nunca más. Era una situación de lo más normal.
Como de adolescentes, cuando empezamos a hacer las primeras excursiones motorizadas. En una ocasión, partimos dos coches y sólo llegó uno. Nunca supimos de nuestros amigos. Ni en los periódicos, ni el los hospitales. Simplemente, se volatilizaron.
Nunca sabíamos a cuál de nosotros se iban a llevar los platillos, como tampoco sabíamos qué hacían con los desaparecidos.
Desde hace unos años, la situación se ha estancado. Ya no desaparece gente.
No se si han elegido un país menos industrializado o que ya han concluido su estudio de campo y se han doctorado. El caso es que no se escuchan noticias de abducciones.
Y ahora, después de los años que hemos pasado aterrorizados, podemos asomarnos a la ventana a beber cerveza tranquilamente, haciendo planes para mañana.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.