jueves, 30 de diciembre de 2010

Para despedir el año, administración

Regreso a casa derrengado, de llevar a cabo una de mis colas. Desde el decreto ley de 15 de febrero de 2009 de colas y patrañas, todo ciudadano está obligado a hacer cuatro colas estatales cada seis meses. Y yo me he dejado todas para la última semana. Porque sí, porque es mi carácter, es el carácter de mi raza. Llevamos el sol y el Mediterráneo en los genes, y el aplazamiento. Y hasta que una obligación no se convierte en una urgencia no movemos un dedo.
Menos mal que los periodos no son los mismos para todos los ciudadanos y, a cada persona, le expira el plazo en distintas fechas. De otro modo, las colas serían un caos mayor que el actual.
Mañana, día 31 y último del año, me quedan las dos últimas colas. En una conseguiré impresos y en la otra los entregaré. Para no llevar a cabo una explosión de ira me llevaré un libro, o algo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El tiempo detenido

En la encrucijada se queda plantado
esperando, tal vez, la ayuda divina.
Duda, amaga.
Yo lo miro fijamente.
Su semblante denota una gran preocupación.
Parpadea.
La uña, por fin pasa a su boca.
Con la vista fija en sus ojos, asiento.
Le tranquilizo,
le hago ver que lo tengo en cuenta,
que las bocinas de los demás
no me suponen problema.
La luz gualda sigue intermitente.
Por fin, se decide.
Asiento.
Reanudo mi camino.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Las medallas

La discusión comienza, debo admitir, cuando ya llevamos un par de cervezas. Pascual y el arquitecto no paran de atacar al archiduque continuamente.
A veces, solo por fastidiarle un poco y ver como reacciona, me gusta ponerme en contra del archiduque. Sus respuestas son tan amaneradas y predecibles que es bonito, e incluso estético, pincharle repetidamente. Pero, en esta ocasión no puedo menos que defenderle.
La tesis que defienden Pascual y el arquitecto es que el archiduque no debería llevar sus medallas y condecoraciones al bar de los quintos, que toda esa apariencia debería pasearla cuando va a la corte, o a reuniones de archiduques -solo Dios sabe lo que se hace en ese tipo de reuniones-, pero nunca por el barrio, como mostrando su categoría.
En principio, yo estaba de acuerdo con ellos porque todo eso de ostentar de manera vacía me parece estéril. Pero, en ese momento, el archiduque ha apelado a su libertad de expresión, a tener la apariencia que le venga en gana. Y con ese argumento me ha cautivado.
La discusión avanza hasta que me levanto a por otra ronda de cervezas y les digo que, si quieren seguir por estos derroteros, podemos devolver el dominó al camarero.

sábado, 11 de diciembre de 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

Rivales, arlequines.

Volvemos a coincidir la ferretera y yo en el almuerzo. se empeña en no dejarme escribir bajo ningún concepto. ¡Me cuenta tantas cosas! En algún momento escucho y entiendo que odia a muerte a la chica de la óptica. Que sus cosmovisiones no son las mismas. De hecho, son contrarias. Que algún día la van a tener, y ése día ella no se callará. Y no responde si llegan a las manos, pues la tiene en el punto de mira desde hace un tiempo. (Bueno, dijo todo esto, pero no con estas palabras). Como no sirve sólo con las indirectas para hacerle ver que no me interesa en modo alguno este tema, paso a la acción. Yo siempre me había jactado de que en nuestro barrio se tenía muy en cuenta a los artistas. De que nos pedían consejos, como qué nombre ponerle a su hijo. O del tipo filosófico o sentimental. Pero la cosa estaba empezando a pasar de castaño a oscuro. 
Le comenté que una forma de medir a una persona es por sus enemigos. Y que si quería seguir siendo una cutre, que tuviera enemigos cutres. Se ofendió mucho, y me preguntó qué enemigos tenía yo para ser tan elevado. Le contesté que ninguno, que no había en este barrio nadie de mi categoría. En ese momento, entraron en el bar el arquitecto, el archiduque y Pascual y se lanzaron hacia mí para reñirme por algo que no me importaba lo más mínimo.
Pagué y me marché. Y ellos se quedaron con mi silla, con mi bocadillo a medio comer y con las penas de la ferretera.