A los dos nos daba el viento en la cara
y, al volver a casa, teníamos que ponernos crema hidratante.
Yo conducía aquél viejo tren.
Y tú me lanzabas dardos con tu cerbatana.
¡Cómo te gustaban los hombres cubiertos de carbón!
¡Cómo me gustaba jugar con palas!
Éramos jóvenes y nos revolcábamos por los prados,
entre las madrigueras de topos y los zorritos.
Éramos poderosos...
¡Cuánto bien hubiéramos hecho al país
si nos hubieron pagado lo suficiente!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.