martes, 31 de julio de 2012

Conduciendo al archiduque

Puesto que el archiduque no sabe conducir, porque siempre le llevaba el chófer de aquí para allá, nos ha pedido que le demos un par de clases prácticas.
No nos ha especificado qué razón le lleva a actividades tan poco aristocráticas, pero hemos cogido y nos hemos lanzado a la carretera en el coche de Pascual. El archiduque, de copiloto, pregunta obviedades. En los asientos de atrás,  el arquitecto y yo bebemos unas cervezas mientras me cuenta que siempre ha sentido que el archiduque y él vivían compitiendo, que la gente no les distingue y buscan desmarcarse el uno del otro lo máximo posible. Yo brindo con él todas las veces que quiere, pero le hago notar que el psicólogo es otro personaje, y que no nos confunda.
Como es un miércoles, nos metemos en un parking de centro comercial a enseñar a conducir al archiduque. Se muestra muy emocionado, y nos promete una invitación a comer en un sitio que él sabe.
Empiezan sin mí, puesto que tengo que ir al baño. Cuando vuelvo, todavía están ajustando los retrovisores. Finalmente, se arma de valor y comienza a desfilar a ritmo elefantoide.
El motor casi no aguanta sin calarse durante los primeros metros. Le gritamos que pise más fuerte. Un agente de seguridad se acerca a vernos y le da consejos. En la primera curva, las ruedas chirrían y el archiduque frena y sale corriendo del auto.