domingo, 9 de octubre de 2016

En el corredor de la muerte estamos ya

Desde que descubrí que la vida
trata de cazar esos gigantes
escondidos tras esos arbustos
que se mueven hacia el horizonte,
salgo siempre de casa
con el depósito de gasolina lleno
y la lanza de punta ígnea en la mano.

Nunca llegué a alcanzarlos.
Pero ví como se defendían
de aquellos más veloces y fuertes.
Para reírse de nosotros
desde sus tronos de madera.

Una a una,
todas las gotas de inspiración
y todas las sonrisas que tenemos,
se van quedando en la cuneta.
Donde darán cuenta los carroñeros.
Como ése. Como aquél.
Yo os señalo con el dedo.

Dime, tú que sabes ya de todo esto,
si cuando llegas a cierta edad
se cae la coleta por sí sola,
y el culo se vuelve blando
y la televisión se ríe cuando llegas a casa.

Dime, tú que tan elegante calzas,
qué día de tu vida bajaste la cabeza.
A cuánto se cotiza el kilo de sueños
en ese limbo del que provienes
y al que nos quieres llevar.

Dime, por fin, azote de excéntricos,
si compasión tendrías de alguno
de los que aún queremos cantar.
Si ves posible pedir una prórroga,
una excedencia de la mediocridad.

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