jueves, 26 de mayo de 2016

El gran crowdfunding (segunda parte)

Extraños días, estos últimos. ¡Quién reconociera nuestro barrio! El kioskero discjockey ha cerrado por dilemas éticos. El cementerio de segadoras ha sido trasladado a otro suelo más barato. Los bares y negocios chinos están siendo adquiridos por españoles. Dejando a nuestros queridos chinos sin empleo. Nada es inmutable.
Como todas las primaveras, el aire se llena de abuelitos en suspensión. Nadie tiene la valentía de airear su casa. Por lo menos, la vecina del cuarto no expolsa las migas del mantel por la ventana.
Pero, por encima de todo. ¡Quién reconociera al archiduque!
En qué mala hora le regalamos la corona. Ahora se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Es decir, en una caricatura de una caricatura. Va por el barrio con su corona y un manto de armiño cien por cien poliester, como patrullando. Se queda plantado delante de los escaparates hasta que le saludan desde dentro. Le dice a la gente como tiene que hacer las cosas, por dónde tienen que cruzar las calles, qué tienen que estudiar sus hijos. Les repasa la lista de la compra antes de que entren la supermercado. Ayudarles con las bolsas no les ayudará, no. Pero dar la brasa...
El caso es que la corona ha servido para que pase de ser un personaje anónimo del barrio a convertirse en el pesado oficial que da consejos a todo el mundo. No se da cuenta de que es ignorado, cuando no es objeto de burlas. Unos jóvenes le quitaron la corona y lo torearon, lanzándosela entre ellos, escondiéndosela en el chándal, etc. Pero, pese a todo, el archiduque no remonta, sigue con su actitud decimonónica.
Hemos tenido que hacer una reunión secreta en casa del arquitecto. En diez minutos se han acabado las cervezas y se ha tenido que ir a por más. No podemos desfundir la corona y devolver el oro a sus dueños, porque el chico que funde el cromo no hizo moldes de cada una de las piezas. Somos dispersos. A mitad de intentar trazar un plan, llaman a la puerta. Una vendedora de Avón y Círculo de lectores nos ofrece sus catálogos. La invitamos a pasar y nos ponemos a consultarlos, como niños pequeños cuando se acerca la Navidad. No sé como acabará todo esto.

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