lunes, 19 de julio de 2010

A Gustavo

Suena el telefonillo y oigo por él una voz grave, cascada, que me pregunta si es aquí donde tiene que venir. Le abro y le pido disculpas por mis pelos y mi camisón, y por hacerle venir de urgencia, a rejuntar ventanas. 
Él me contesta que  no me preocupe, que a él rejuntar le encanta. Y se pone a la faena mientras yo me voy a escribir al ordenador. Cuando oigo un ruido me acerco por si se ha caído por la ventana o algo así. Al llegar lo encuentro en el suelo, llorando, cubierto de silicona. Hago que se incorpore y lo siento en una silla, no vaya a mancharme de silicona el sofá. 
Le ofrezco un vaso de agua y unas hojas de lechuga. Y me cuenta, entre sollozos, que sus golondrinas han emigrado, y que algunas no volverán.
Para que olvide, le invito al ecoparque, donde pasamos la tarde, entre las atracciones. Recicla que reciclaré se nos ha hecho muy tarde. El tiempo pasa volando cuando te diviertes. Al volver al barrio ya no están ni el narco de guarda ni el frutero paquistaní. El psicólogo, subido a una azotea, le aúlla a la luna.

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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.