jueves, 27 de mayo de 2010

Escrito en el recreo

El censor ha vuelto a actuar. Con una patada en la puerta ha entrado en casa del masajista Agustín, y se lo ha tirado todo por los suelos. Le ha confiscado equipo, y le he prometido una vida imposible. 
Agustín, desconsolado, ha llamado por orden alfabético a todos sus amigos. Y el primero empieza por F. Nos hemos tomado unas cañas, buscando la solución a su aflicción. 
Mientras me cuenta cómo se peleó con el arquitecto, porque le hizo un mal masaje a su mujer, creo, yo percusiono sobre la mesa con las yemas de los dedos y hago ritmos fantásticos a base de explosiones de saliva.
El tiempo pasa despacio cuando descargas de desgracias a un amigo. Las cervezas caen. Pasa una tórtola cerca de la ventana. Y una señora gorda. Me enmimismo.
Cuando despierto con el brazo casi gangrenado, Agustín está muy borracho y yo tengo hambre. Le acompaño a casa.
Con la tontería del drama no he hecho la compra. Así que voy a por una pizza a la tienda de pizzas. En cinco minutos estará. Si hubiera elegido la número siete quién sabe cuánto hubiera tardado.
Esperando que la señora haga la pizza, salgo fuera.
Son diez minutos de paz, mirando al edificio de enfrente y las nubes bañadas por la luz del crepúsculo. Mecido pot una suave brisa entremezclada con el olor del horno.
Sonrío. 
El móvil no suena. Disfruto la espera.

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