viernes, 23 de abril de 2010

Ni al recreo quiero salir.

Suena el timbre y, entre empujones, salimos todos al recreo. Cunde el pánico al no ver hoy los cochazos, los narcotraficantes no han podido venir.
Unos niños se agolpan en la valla, zarandeándola, con la mirada perdida. Otros se echan las manos a la cabeza, o se pegan patadas entre sí.
¿Habrán sufrido un accidente? Por lo menos, con los maravillosos coches que ostentan, no tendrán daños corporales... Es nuestro consuelo. Tal vez deberíamos llamar a los hospitales.
Un grupo se dedica a seguir a los peatones que rodean el colegio, medio imatándolos, medio implorándoles algo. Más de uno se lleva un buen susto.
¿Habrán sido apresados? No es tampoco extraño, dada la naturaleza de su trabajo. Deberíamos llamar a las comisarías, para comprobar que, en caso afirmativo, no hayan sido demasiado maltratados. Eso nos tranquilizaría a todos.
Suena el timbre. Los alumnos vuelven a clase, desquiciados. A ver quién les aguanta ahora el mono.

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