domingo, 5 de diciembre de 2010

Rivales, arlequines.

Volvemos a coincidir la ferretera y yo en el almuerzo. se empeña en no dejarme escribir bajo ningún concepto. ¡Me cuenta tantas cosas! En algún momento escucho y entiendo que odia a muerte a la chica de la óptica. Que sus cosmovisiones no son las mismas. De hecho, son contrarias. Que algún día la van a tener, y ése día ella no se callará. Y no responde si llegan a las manos, pues la tiene en el punto de mira desde hace un tiempo. (Bueno, dijo todo esto, pero no con estas palabras). Como no sirve sólo con las indirectas para hacerle ver que no me interesa en modo alguno este tema, paso a la acción. Yo siempre me había jactado de que en nuestro barrio se tenía muy en cuenta a los artistas. De que nos pedían consejos, como qué nombre ponerle a su hijo. O del tipo filosófico o sentimental. Pero la cosa estaba empezando a pasar de castaño a oscuro. 
Le comenté que una forma de medir a una persona es por sus enemigos. Y que si quería seguir siendo una cutre, que tuviera enemigos cutres. Se ofendió mucho, y me preguntó qué enemigos tenía yo para ser tan elevado. Le contesté que ninguno, que no había en este barrio nadie de mi categoría. En ese momento, entraron en el bar el arquitecto, el archiduque y Pascual y se lanzaron hacia mí para reñirme por algo que no me importaba lo más mínimo.
Pagué y me marché. Y ellos se quedaron con mi silla, con mi bocadillo a medio comer y con las penas de la ferretera.

2 comentarios:

  1. Arreglado. Gracias señor/a anónimo/a (Cobarde, da la cara)
    Venga, más comentarios, que puedo con todos!!!

    ResponderEliminar

Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.