viernes, 17 de septiembre de 2010

La gran piscina marrón

Ayer, en el barrio, empezaron a caer del cielo monedas de chocolate.
Y estaban ricas, pues hicieron que la gente caminara por la calle con la boca abierta.
Como continuaba lloviendo chocolate, se formaron charcos, y los niños comenzaban a chapotear y a ponerse perdidos. Yo miraba todo esto desde un discreto segundo plano, apostado en la ventana de la cafetería donde me inspiro.
Mucha gente corría a refugiarse y otros, simplemente, se ponían en medio de la calle y abrían la boca, sintiendo cómo el chocolate les llenaba las papilas gustativas.
Tanto chocolate cayó del cielo que se llenó el gran descampado que tenemos junto al campo de fútbol. Los niños se lanzaban a la improvisada piscina sin ningún temor. En ése momento no pude eludir mis responsabilidades. Salí y les enseñé cómo debían tirarse haciendo el mayor ruido posible y salpicando a todo el mundo.
Fue una tarde dulce y feliz. Pero, como no hay en esta vida alegría sin penitencia, al día siguiente todos teníamos granos en la cara y nos dolía la tripa sobremanera.
Menos el archiduque, que va de serio y no salió de su casa a jugar.

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