El arquitecto anda bastante preocupado. No resulta ser él mismo. Ni en las reuniones de todo el barrio, ni en las terrazas de los bares deja de mostrarnos su semblante constantemente serio, mohíno. Ya llevo varias semanas preguntádole sin obtener respuesta. Hasta el pasado martes, que llegó un poco tarde a los quintos, y ya íbamos un poco cocidos. No hemos parado de hacerle bromas acerca del fin del mundo hasta que, entre lágrimas, nos ha espetado que no tenemos los suficientes conocimientos ciéntificos como para entender sus penas y, antes de que el archiduque declamara en defensa de su sabiduría, se ha levantado y se ha marchado a casa sollozando, con las manos en la panza. Hemos tenido que pagar sus cervezas.
Así, el pasado jueves ha venido al bar con su tablet. En ella, nos ha explicado de manera gráfica y didáctica que, desde un tiempo a esta parte, viene teniendo cierta aversión por los procesos internos que se llevan a cabo en su propio cuerpo. Nos ha enseñado fotos de muchas de las bacterias con las que formamos simbiosis, todas ellas asquerosas. Y nos ha descrito con todo lujo de detalles procesos que realizamos de manera automática e inconsciente. Nos ha erizado el vello de los brazos, nos ha producido retortijones. Pascual decía que tenía una comadreja urgando en su estómago. El archiduque se ha mantenido erguido todo el rato, con su aspecto impasible de estar por encima de todo. Pero ha ido siempre él a la barra a traer otra ronda, cosa del todo inédita.
Nos ha robado, pues, la inocencia nuestro amigo el arquitecto. Poniéndole cara a nuestras digestiones, nuestros resfriados y caries, ha conseguido iluminarnos de tal manera que todos hemos vuelto a casa entre picores y ciclopentanos.
Espero que, en unos días, nuestras estrelladas neuronas sean capaces de apartar estos recuerdos hacia la sinapsis más escondida de nuestras maltrechas memorias. Lo que no podrá evitarse a partir de ahora es de manera atávica, ver al arquitecto como un enemigo velado. Un ser despiadado y cruel que nos ha revelado toda esa serie de sucias verdades microscópicas. El malo de la película que nos ha contagiado el asco por nosotros mismos.
Y eso no es nada: esperad a que vuestras bacterias convoquen primarias para elegir patógeno general.
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