Por fin nos arreglan la tragaperras. Vuelve uno de nuestros vicios principales. Otra manera de tirar nuestro dinero tontamente, junto con alquilar oficinas en bajos comerciales, pagar impuestos y...
Un hombre bueno, sencillo, con camisa de cuadros, ha venido a principio de tarde para salpimentar nuestra partida de dominó y volver a darnos felicidad. Seguro de sí mismo, pero no demasiado, no hasta el punto de llegar al descuido, con una mirada cálida ligeramente atenuada por sus gafitas de analista, y dispuesto a todo, ha llegado nuestro héroe. A desmontar lo que hubiera que desmontar. A repararlo sin duda, ni miedo. Con sus propias manos.
Ha descargado su caja de herramientas y se ha encaminado a la barra, ha saludado alcamarero, pedido un cortado y se ha sentado en una mesa a cierta distancia de la máquina. Revolviendo sin mucha concentración mientras, desde su posición, escrutaba a su paciente. Se ha tomado su tiempo, ni que decir tiene que Pascual, que era mi pareja al dominó, se ha tenido que ir a pegarle puñetazos a una farola porque no aguantaba la tensión de la espera.
Resuelto el tema de la cafeína, ha abierto la máquina y ha comenzado a desgranarla. Nos hemos arremolinado a su alrededor, a intentar comentar cada uno de sus movimientos, darle ideas, solucionar problemas que no sabía que tenía, etc.
Ha sido un combate memorable. El técnico lo ha dado todo. Se ofrecía una y otra vez, desplegando sus amplios conocimientos de electromecánica. Y la máquina, enrocada en su esquina, luchando por no volver a trabajar, aguantando estoica cada retoque y cada golpe de destornillador.
De cuando en cuando, el hombre bueno cerraba la compuerta y echaba una moneda de cincuenta céntimos. Para comprobar con tristeza que su esfuerzo no era suficiente. Nosotros le jaleábamos. Le secábamos el sudor de la frente y le acusábamos lo bien que estaba trabajando hasta el momento. Indicándole todas las pequeñas cosas que había solucionado hasta el momento, para que no tirara la toalla.
Tras la tercera bebida isotónica, el técnico ha vuelto a embestir con toda su determinación. Ha cambiado unos relés y, con actitud casi chulesca, ha cerrado de nuevo la compuerta e introducido la moneda. El tintineo y luciferio han vuelto a llamar nuestra atención. Hemos sacado a hombros al buen señor y lo hemos acompañado hasta su furgonetita, no fuera que lo atraquen. Todos hemos brindado, reído, cantado. Hemos bailado hasta el amanecer, como lo requiere la ocasión.
Por fin nos arreglaron la tragaperras, ya tenemos donde tirar el dinero.
Sublime
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