1.
Con el ritmo de inspiración
bajar las pulsaciones al mínimo,
dividir la prioridades
y abandonar todas aquellas
que no nos mantengan vivos.
Y sentir como, exhalando,
se escapa nuestra consciencia,
perdiendo la dichosa humanidad
y desancadenando el sistema límbico.
2.
Devenir como seres incorpóreos,
sintiendo la atmósfera
que no ya el tacto de la sábana,
contemplando la cáscara vacía
desde lo alto.
Contener todavía más el aire,
ignorar los tambores en las sienes,
eludiendo el reflejo de vida,
para adentrarse más aún en el subconsciente.
Llegando a abrazar
la misma placenta de la madre tierra,
del fresno, del barro, de la grandiosa mazorca,
y comprendiéndolo todo, o casi,
por un segundo.
3.
Tomar la decisión más dolorosa
de toda nuestra vida.
Reanudar la función respiratoria,
saliendo del coma autoinducido,
con la sensación de haber arriesgado
la vida por nada.
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