Debido a que no quiero que hoy me sermoneen, me cuenten sus planes para conquistar el mundo, tristezas, alegatos políticos o riñas vecinales, he decidido evistar a todos los vecinos posibles y bajar en ascensor.
Por si no me fuera suficiente, en cuento entre en el habitáculo, pese a que oigo como los del piso de abajo salen de casa, toco el botón del sótano en lugar de dejarme llevar. Ellos advierten mi jugada y, dispuestos a desenmascararme, bajan por las escaleras haciendo el mayor ruido posible con sus chancletas.
Segun voy descendiendo pisos, los oigo más y más cerca. Me van a alcanzar. De eso estoy totalmente seguro. No quiero verlos. No tengo ganas de ironizar con sus comentarios. Una gota de sudor frío corre por mi frente.
¡El botón de parada! El botón del quinto piso y oigo cómo las chanclas se alejan.
Salgo del ascensor y corro por el pasillo hacia casa. No atino con la llave. Los nervios no me dejan actuar.
Entro en casa a trompicones y, apenas cierro la puerta, me desmayo en un charco de babas.
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