En la encrucijada se queda plantado
esperando, tal vez, la ayuda divina.
Duda, amaga.
Yo lo miro fijamente.
Su semblante denota una gran preocupación.
Parpadea.
La uña, por fin pasa a su boca.
Con la vista fija en sus ojos, asiento.
Le tranquilizo,
le hago ver que lo tengo en cuenta,
que las bocinas de los demás
no me suponen problema.
La luz gualda sigue intermitente.
Por fin, se decide.
Asiento.
Reanudo mi camino.
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.