Me asomaba a la ventana
a merendar.
El ruido de las chicharras
se confundía con el de los niños
entrenando para ser algo en la vida.
No la esperes, Velasco.
Por favor, no la esperes.
No la esperes, Velasco,
te he dicho que no la esperes.
¡Por Dios, Velasco,
no la esperes!
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.