Los profesores son nativos, dice el cartelito. Así que entramos y nos matriculamos porque estamos hartos de que todos los profesores de inglés no tengan ni puta idea de ningún otro tema. Sabemos que, dada su condición, nos podrán contagiar su filosofía, sus cosmovisiones, su mística y esas cosas raras.
Así que acudimos los cuatro, Pascual no quería pagar por ir a clase pero le invitamos entre todos para no romper el continuo de estas historias, con las más grandes alegrías y la mejor predisposición.
La señorita que llega al aula es rubia, y no lleva lanza ni escudo.Y nos enseña a decir que es un día lluvioso, o con niebla. Pero no nos enseña a invocar la lluvia, ni a transformarnos en nuestro tótem.
A la salida de la primera clase, en la cerveza de rigor, llegamos a la conclusión de que no le vamos a dar más que esta semana de oportunidad para enderezarse.
Y que, se ponga como se ponga, nos va a enseñar a danzar y tocar las percusiones. Así que pasamos toda la noche tatuándonos espirales con pinchos y confeccionándonos unas faldas de plátanos. Íbamos a ponernos platos en los labios, pero cuando Pascual se ha sacado un par de dientes con una llave inglesa, todos nos hemos echado un poco atrás.
En la última oportunidad para la academia nos presentamos de esta guisa. Cuando nos pregunta dónde hemos dejado los libros y cuadernos que nos dio, empezamos a bailar a su alrededor. Es ahí cuando nos damos cuenta de que se nos ha olvidado la olla. Abandonamos la clase para poder traerla y así cocinar a esa sucia imperialista paliducha. A lo que la secretaria reacciona bajando la persiana de la academia.
Ya en el bar, más calmados, llegamos a la conclusión de que tenemos que denunciarles por publicidad engañosa. Así que miramos en las páginas amarillas, buscando un abogado nativo de verdad. Y un dentista, por supuesto.
Así que acudimos los cuatro, Pascual no quería pagar por ir a clase pero le invitamos entre todos para no romper el continuo de estas historias, con las más grandes alegrías y la mejor predisposición.
La señorita que llega al aula es rubia, y no lleva lanza ni escudo.Y nos enseña a decir que es un día lluvioso, o con niebla. Pero no nos enseña a invocar la lluvia, ni a transformarnos en nuestro tótem.
A la salida de la primera clase, en la cerveza de rigor, llegamos a la conclusión de que no le vamos a dar más que esta semana de oportunidad para enderezarse.
Y que, se ponga como se ponga, nos va a enseñar a danzar y tocar las percusiones. Así que pasamos toda la noche tatuándonos espirales con pinchos y confeccionándonos unas faldas de plátanos. Íbamos a ponernos platos en los labios, pero cuando Pascual se ha sacado un par de dientes con una llave inglesa, todos nos hemos echado un poco atrás.
En la última oportunidad para la academia nos presentamos de esta guisa. Cuando nos pregunta dónde hemos dejado los libros y cuadernos que nos dio, empezamos a bailar a su alrededor. Es ahí cuando nos damos cuenta de que se nos ha olvidado la olla. Abandonamos la clase para poder traerla y así cocinar a esa sucia imperialista paliducha. A lo que la secretaria reacciona bajando la persiana de la academia.
Ya en el bar, más calmados, llegamos a la conclusión de que tenemos que denunciarles por publicidad engañosa. Así que miramos en las páginas amarillas, buscando un abogado nativo de verdad. Y un dentista, por supuesto.
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.