Llega el alba,
cuando los pájaros exóticos toman el sol
el la gran jaula esférica.
Los autómatas antorpomorfos
libran de nuevo la lucha
que nunca llegarán a ganar.
Entre réflex, bostezos
y batidos de proteínas.
La repetición,
siempre la repetición.
Al alba, insisto,
los autómatas buscan a su manera,
entre sus cuerpos curtidos,
y la quema de molestos carbohidratos,
que no les gustan.
De paso, salir del gran grupo,
desmarcarse del resto de las heces de Dios.
Tener algo que enseñar
en sus sucias, vacías vidas.
Persiguen un canon de belleza euclídea,
un sinsabor aséptico,
una lesión incapacitante,
un motivo para que alguien,
entre la chusma irracional,
los mire.
¡Quién sabe!
Si alguno de ellos intentara,
alguna vez, sonreír
¡o cantar!,
la sociedad, tal vez...
Sin embargo, se miran de nuevo al espejo
y se dicen que lo están consiguiendo.
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.