No importa que todavía no esté abierto el propio centro comercial, ni ninguna de sus tiendas. Tanto turistas como consumidores compulsivos se las apañan para burlar la seguridad y visitar los escaparates aún cerrados en los que se reflejan los musculosos más madrugadores. Éstos que comprueban mirándose constantemente si funcionan los batidos ricos en proteínas que van ingiriendo.
El único café abierto tiene todas las mesas llenas de gente que no consume nada. Abducidos mientras miran en pantalla gigante los vídeos de cantantes jamonas. Sonriendo, sin hablar entre ellos. Ni siquiera por mensajería instanténea. Los pobrecillos.
En un momento dado, todo comienza a llenarse de adolescentes que hacen fuchinas. Y de ancianos insomnes que salen del cine. De la sesión prematinal. Una futura mamá se encuentra por fin con la correspondiente futura abuela. Estaba nerviosa sin motivo.
Desaparecen los musculosos. Y llegan las encargadas de tienda a por sus cafés. Siempre cansadas, pues nunca llegan a objetivos, aunque lo dan todo. Con sus coletas y sus bolsos. Y sus parcialmente olvidados sueños de grandeza. Ya lo pagarán con alguien.
Nadie aquí parece mala gente. Solo nadan a favor de la corriente. No más.
En eso, se escuchan unos berridos provenientes de garganta infrahumana. Pascual me ha visto y se acerca a mi mesa, tropezando. Yo le saludo y guardo la libreta en el bolso. A cada paso que da, derriba una mesa.
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.