viernes, 9 de mayo de 2014

Naglfar

En el semáforo,
camino del campo de batalla,
me miro las uñas,
duras,
translúcidas.
Admiro su perfección corneal,
su óvalo,
sus ejes de fijación.
Y toda esa levadura de cerveza
acelerando el proceso
de formación de queratina.
¡Cómo me gustaría morder una de ellas!
¡Solo una!
La más larga,
agarrándola con mis incisivos
notando como se separa del resto del cuerpo.
Sin duda, sin dolor.
O arrastrando tras de sí
parte del paronniquio y la carne viva
dejando una sensación agridulce,
masoquista, más bien.
Para luego ser saboreada por momentos
en mi boca.
O acabar desbastando
el sarro interdental
hasta partir explusada
de un salivazo,
dejándola abandonada en el pavimento
esperando que un científico loco al uso
la recoja
y me clone.

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