A la espera del metro caigo en la cuenta.
Las máquinas expenden refrescos, chocolatillos y felicidad, pero no hay ninguna que surta de blocs de notas. Me siento desnudo, no me puedo expresar.
A cada metro que pasa se exhalta la amistad de los muchachos de enfrente.
A cada minuto, una gran creación muere sin ver la luz.
Por la tarde, todo ha cambiado.
Escribo poesías en un recién mangado bloc donde se apuntan las comandas. Intento regalárselas a la gente del vagón. Nadie las quiere. Las recito en voz alta.
"¡Y ete aquí que el calvo me deslumbra!..."
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Ya vale de leer sin decir nada. Manifiéstate.